¿Un futuro transformador o un sueño frustrado?

¿Un futuro transformador o un sueño frustrado?

¿Tendrá futuro el legado del Pacto Histórico (PH) y del presidente Petro? Esa es la pregunta que hace rabiar a la derecha y que angustia a la izquierda colombiana. El centro espera en el pantano. Veamos esto en tres tiempos.

El legado histórico que acogieron Petro y el PH

Durante los últimos 60 años el régimen político colombiano enfrentó con relativo éxito a los retadores políticos institucionales (legales) provenientes de tendencias socialdemócratas y socialistas, unos originados en los propios partidos políticos tradicionales (como el MRL y la ANAPO) y otros en la izquierda orgánica, militante en partidos, sindicatos, grupos culturales e intelectuales. Y también el régimen enfrentó a los retadores no institucionales (ilegales), organizados en diferentes tipos de guerrillas, desde liberales hasta las FARC, el ELN, el M-19 y n grupos más.

Fruto de la confrontación entre el régimen y los retadores institucionales y no institucionales -que dejó una estela de violencia y violación sin par de los derechos humanos-, finalmente Colombia alcanzó dos grandes hitos históricos transformadores del régimen político oligárquico, clasista, excluyente, racista y extractivista: la Constitución Política de 1991 y el Acuerdo de Paz de 2016.

Más recientemente, Colombia asistió a un pésimo manejo de la pandemia del COVID-19, a la violencia desproporcionada contra la juventud que resistía los impuestos leoninos de Duque-Carrasquilla y al desprestigio acelerado de Uribe, el líder carismático de la extrema derecha, arquitecto de los falsos positivos y del incumplimiento del Acuerdo de Paz con las FARC.

Es en este contexto nacional -amén de un contexto internacional favorable a transiciones pacíficas, que no alcanzamos a reseñar aquí- que surge con éxito el proyecto político del PH. Pero no se puede desconocer que fue Gustavo Petro, exguerrillero, excongresista y exalcalde de Bogotá, el gran articulador de la estrategia política que finalmente permitió atraer hacia el PH a un grupo importante de operadores políticos provenientes de la derecha uribista y santista. Esa estrategia permitió que por primera vez la izquierda conquistara el poder Ejecutivo, más concretamente en el poder presidencial.

En suma, gracias a la larga lucha de la izquierda institucional y la no institucional, se logró poner en cintura al régimen político e iniciar una transición democrática que pasó por la C.P. de 1991 y el Acuerdo de Paz de 2016. Pero fue la destreza política de Gustavo Petro la que permitió que esa transición llegara hasta obtener, para la izquierda, el poder presidencial y solo eso. El Congreso, en un 70 %, siguió en manos de los poderes tradicionales, así como las cúpulas del poder Judicial, el poder mediático y el poder económico.

Las transformaciones propuestas y los logros.

El Gobierno del Cambio (PH) emprendió la Reforma Agraria Integral pactada con las FARC (ninguniada por Santos y hecha trizas por Duque), las reformas en la Salud, Educación, Pensiones, Laboral, Justicia, en la política de Drogas ilegalizadas y por el camino apoyó la reforma descentralizadora, entre muchas otras. Para financiar las reformas, las cuales tienen básicamente objetivos redistributivos, de justicia social y ambiental, y para pagar la inmensa deuda externa heredada, el Gobierno pasó, a medias, una Reforma Tributaria que el poder Judicial se encargó de reducir a la mínima expresión. 

Siempre quedará la duda de si fueron excesivamente ambiciosas las propuestas de reformas, dado lo limitado del triunfo electoral, o si justamente se trataba de poner a fondo la agenda transformadora como única opción para lograr la real transformación del régimen político y social, como una tarea que será de mediano y largo plazos.

Por ahora, ha quedado claro el poder de las élites financieras para utilizar los espacios mediáticos, al Congreso, la normatividad vigente y a la burocracia conservadora incrustada en el Estado para bloquear y minimizar la empresa transformadora del Gobierno del Cambio.

Aún así, son evidentes algunos avances: la economía no entró en debacle con el Gobierno de izquierda, como proclamaba la derecha reaccionaria. Al contrario, está creciendo por sobre el promedio de los países de la región, cayó la inflación y el desempleo, crecieron las exportaciones, en especial las menos extractivistas, y la inversión extranjera se mantiene creciente, tanto así que el presidente Petro teme que está apenas administrando la bonanza de los grupos financieros tradicionales. Ya hay logros sin precedentes en la reforma agraria y 1,6 millones de colombianos salieron de la pobreza.

Visto como legado histórico, no es menos importante destacar que el primer Gobierno de izquierda está transformando con éxito a las Fuerzas Armadas, las que pasan de la doctrina del enemigo interno a la doctrina de seguridad humana, sin amenaza de golpe militar. El Presidente ha logrado desarrollar una agenda de política exterior autónoma (Gaza-Israel, Ucrania-Rusia, política de drogas, transición energética, defensa de la Amazonia…), superando la práctica tradicional según la cual la política externa colombiana era no tener política sino sumarse a la que dictara Estados Unidos, con la rara excepción de Belisario Betancur en su primer año de gobierno.

En la práctica, Petro se ha convertido en un predicador nacional e internacional, posicionando una agenda progresista intransigente. Y con eso, sin poder mediático tradicional, ha logrado neutralizar a la derecha nacional recalcitrante y confrontar el fascismo internacional creciente.

Pero hay también grandes frustraciones que espero luego desarrollar: me refiero a la corrupción, que se expresó también en la izquierda y al pantano doloroso en que derivó la paz total.

Visto en perspectiva, vale destacar por ahora, tres aspectos que emergen como legado histórico del primer gobierno de la izquierda y del presidente Gustavo Petro:

Primero, la transición del régimen excluyente, oligárquico, clasista y racista a una democracia incluyente y participativa, sí es posible en Colombia por la vía institucional. La lucha armada como opción de transformación o de revolución es absolutamente antihistórica y reaccionaria. Solo legitima la violencia reaccionaria y al uribismo.

Segundo, el presidente Petro, como predicador sin par, dejó instalada en la conciencia nacional la necesidad imprescindible de transformaciones en los espacios de la Reforma Agraria, las pensiones, la salud, la educación, la transición energética, la economía popular, entre otros temas, al grado tal que cualquiera que sea el próximo gobierno, tendrá que darle continuidad a tales agendas, a menos que sea un Milei o un Rodolfo Hernández.

Tercero, Petro demostró que Colombia debe ser gobernada no solo por blancos herederos de nobles oligarquías, sino por negros, indios, mestizos, mujeres, jóvenes y, por lo que me toca, al fin por alguien vocero legítimo de la Amazonia, como la ministra Lena Estrada Añokazi. Casi nos vamos en blanco, en el primer gobierno de izquierda, quienes hemos levantado las banderas de la Amazonia desde siempre.

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