prohibido hablar, hacer ruido al andar y asomarse al balcón

prohibido hablar, hacer ruido al andar y asomarse al balcón


El 30 de agosto de 2021, la retirada de las tropas estadounidenses dejaba a la población afgana sin ningún tipo de protección frente a los talibanes. La organización islamista comenzaba a avanzar y a tomar el control del país, algo que consiguieron en apenas unas semanas. Ahora, tres años después, mirar atrás es incluso más doloroso al poder observar una imagen desoladora. La implantación de nuevas leyes y normas recorta cada vez más las libertades de la población, sobre todo de las mujeres, que ven con impotencia cómo día a día menguan sus derechos.
Ya en 1996, los talibanes tomaban el poder y se hacían con el gobierno de Afganistán. La situación se prolongaba hasta 2001, seis años en los que el grupo implementaba con crudeza y rotundidad su interpretación ortodoxa del islam, también conocida como ‘sharía’, junto a las normas seguidas por el pueblo pastún, un grupo que se concentra en el este y sur del país, además de en oeste de Pakistán.
Masacres contra civiles
Bajo el poder de la agrupación, los códigos de conducta y criterios morales son radicales y contundentes. Bajo su mandato se han producido auténticas masacres a civiles en todo el territorio. Tras la expulsión del gobierno moderado en 1996, militantes y justicieros tomaban las calles para imponer sus normas a base de castigos públicos: latigazos, lapidaciones y ejecuciones públicas. Mostrar los tobillos podía ser uno de los motivos entre los hombres. En el caso de las mujeres, la autorización de un hombre puesta por escrito era un básico para que pudieran pisar la calle sin mayores consecuencias.
Tras la llegada de las tropas occidentales al país, la situación mejoraba, pero en 2021 el ejército estadounidense abandonaban Afganistán. El expresidente Donald Trump tomaba la decisión de terminar con las guerras de Irak y el país afgano, y llegaba a un acuerdo de paz con el grupo talibán. Las premisas fueron las siguientes: debían mantener conversaciones con el Gobierno afgano, no atacar a Estados Unidos y no permitir que grupos como Al Qaida tomaran el control del territorio. Finalmente, los talibanes no cumplieron con el tratado, y poco a poco tomaron el país tras la retirada occidental, ya bajo el mandato de Joe Biden.
El rostro de la mujer y su educación quedas prohibidos
A pesar del yugo bajo el que se encuentran las mujeres afganas, son muchas las que se han atrevido a salir a las calles, protestar y alzar la voz en entrevistas y reportajes internacionales. Antiguas fiscales que juzgaban y encarcelaban a los antes considerados como criminales, ahora se ven obligadas a huir de ellos y refugiarse en casas de amigos y allegados. Niñas que antes acudían a las escuelas, ahora ven desde sus casas como sus compañeros -con los que antes estudiaban- acuden a sus clases con normalidad, mientras ellas tan solo pueden observarlos.
Foto de archivo de mujeres en AfganistánEuropa Press
La eliminación del derecho a la educación llegó de forma progresiva. Las alarmas saltaban cuando las autoridades postponían de forma indefinida el acceso a las escuelas por parte de las niñas mayores de 12 años. A su vez, la enseñanza superior también comenzaba a peligrar, y se instauraba la segregación y separación por sexos: las mujeres estudiarían por un lado, y los hombres por otro. Finalmente, en 2022 llegaba la peor de las noticias. El Ministerio de Educación emitía un decreto por el cual se expulsaba al sexo femenino de los espacios de aprendizaje.
Las prohibiciones han ido aumentando con el paso del tiempo. Atrás quedan las promesas de los talibanes de que, en esta ocasión, todo sería diferente. Pocos días después de tomar el poder, el grupo eliminaba los rostros de las mujeres de vayas e imágenes publicitarias. Los maniquíes de los escaparates dejaban de tener rostro o eran cubiertos por las pelucas, mientras que las presentadoras de telediarios y programas de televisión debían cubrir sus rostros.
Matrimonios forzados y menores de edad
Todas estas medidas, al igual que la imposibilidad de poder aportar ingresos en sus hogares por parte de las mujeres, ha agravado considerablemente la economía del país. Miles de familias sufren al tratar de llegar a fin de mes, y la población toma medidas desesperadas para buscar un ingreso extra que los ayude a salir adelante. En este contexto, los matrimonios forzados han aumentado considerablemente. Padres y madres, al igual que los mismos talibanes, obligan a mujeres y niñas a casarse con militantes del grupo islamista.
La libertad de elección de pareja no es la única que desaparece, sino también la toma de decisiones dentro de la relación. El abuso y la desigualdad de poderes es más que evidente, situación que ellos aprovechan para tomar todas las decisiones: cuándo mantener relaciones o cuántos hijos tener, entre ellas. Grupos como la Organización de Investigación Política y Estudios sobre el Desarrollo (DROPS) denuncian la situación y afirman que hay una clara relación entre el retorno talibán y el matrimonio infantil: cada vez es más frecuente el casamiento entre adultos y niñas de 11 y 12 años.
Privadas de hablar, trabajar o asomarse al balcón
Luchar por una sociedad igualitaria, estudiar, licenciarse y comenzar a trabajar en un oficio soñado. Todo esto es lo que han hecho las mujeres afganas durante años, todo para ver como su vida da un vuelco de 180 grados y se ven relegadas a quedarse en casa. Ahora, y tras haber sido excluidas del mercado laboral, haber estudio una carrera no vale nada. Tan solo un número limitado de doctoras y enfermeras pueden trabajar en ciertos hospitales de Kabul, la capital del país. Pero las restricciones no quedan aquí.
No ser vistas en la vía pública también implica otro tipo de limitaciones, incluso en sus propios hogares. No asomarse al balcón ni a las ventanas es una de las reglas, además del estricto código de vestimenta impuesto por el grupo islamista. Las prendas deben cubrir de cabeza a pies y los pantalones acampanados quedan prohibidos, así como algunos tipos de zapatos con tacón para evitar hacer ruido al caminar.
La movilidad y el ocio también quedan completamente limitados: para salir, ellas deben ir acompañadas por un ‘mahram’ u hombre con parentesco cercano, como padres, hermanos o maridos. De la misma forma, el acceso a centros deportivos queda prohibido, así como la visita a salones de belleza: una orden emitida obligaba al cierre de miles de estos espacios, lugares que servían como espacio seguro de encuentro y unión para las mujeres.

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