“La Encyclopaedia Britannica ofrece al respecto los siguientes datos: Crimen. Designación genérica para todo atentado contra el derecho penal. Se ha definido al crimen como desacato o incumplimiento de las reglas de conducta a las que la generalidad se considera por lo demás obligada. De ello no discrepa mucho Thomas Hobbes quien escribió hace trescientos años: Un crimen es un pecado cometido por quien, de hecho o de palabra, hace lo prohibido por la ley o deja de hacer lo que ella manda. La estructura tautológica de estas frases es evidente y, como toda tautología, pueden escribirse a la inversa: lo punible es un crimen y lo que es un crimen es punible. El modelo lingüístico de tales definiciones debe buscarse en la frase bíblica: Yo soy el que soy. Colocan al legislador más allá de toda razón, por encima de cualquier razonamiento.”
Así comienza Política y Delito (Politik und Verbrechen, 1964) obra central en la extensa bibliografía de Hans Magnus Enzensberger (1929-2022), autor más mencionado que leído, menos estudiado que comentado.
En la edición en español -Seix Barral, 1966- el subrayado, nostálgico, pretérito delator de lucidez e ignorancia, destaca: “El acto político original coincide con el crimen original. Entre asesinato y política existe una dependencia antigua, estrecha y oscura. Dicha dependencia se halla en los cimientos de todo poder: lo ejerce quien puede dar muerte a los súbditos. El gobernante es el superviviente. Todas las revoluciones hasta la fecha se han contaminado de la antigua situación pre-revolucionaria y han heredado los fundamentos de la tiranía contra la cual se enfrentaron.” Para Enzensberger la clave diferencial entre una sociedad criminal y una organización política es el arbitrario artificio de la ley, laberinto opresivo-esotérico definido por Kafka como broma cruel y secreto para todos excepto para la elite gobernante.
Las consignas abrumadoramente hegemónicas en cualquier amontonamiento humano contienen suficiente carga ideológica como para satisfacer las necesidades de una audiencia cuidadosamente abandonada, voluntariamente ignorante y apropiadamente amaestrada
Acertadamente, Enzensberger analiza el comportamiento humano como si fuese un entomólogo, presentando situaciones abominables de la realidad política, imposturas naturalizadas por la indigencia intelectual y cuyo denominador común es precisamente lo contrario: la ausencia de política y su sustitución por labores propias del mundo del hampa. Su mirada cínico-pragmática expone lo atroz-cotidiano con la fuerza de sus verdaderos colores, misión asaz ambiciosa ya que, como señaló H. L. Mencken, la humanidad, capturada por el sentimentalismo y el miedo, siempre abraza con fervor e incomprensible entusiasmo ocurrencias extravagantes antes que propuestas sensatas. La política genuina está ausente del escenario político y es este un hecho harto evidente. Las consignas abrumadoramente hegemónicas en cualquier amontonamiento humano contienen suficiente carga ideológica como para satisfacer las necesidades de una audiencia cuidadosamente abandonada, voluntariamente ignorante y apropiadamente amaestrada.
Las sociedades criminales, afirma Enzensberger, desafían el monopolio del poder y reproducen el comportamiento de las burocracias dominantes. Las irregularidades alteran a los gobiernos más de la cuenta. Para el aparato estatal un solo individuo animado por un pensamiento crítico es una amenaza. “La furia con que es vengado el delito muestra la inseguridad de los organismos públicos, el reverso de su superioridad.” Pretender que millones de personas se comporten de un mismo modo obedeciendo al mismo manual de instrucciones podría entenderse como el delirio de un psicótico de nota si no fuese la estrategia de gobiernos y corporaciones mediáticas, entre otros factores centrales de la comunidad internacional. Pero, aun así, el objetivo imposible exhibe la perenne debilidad del sector público fácilmente corruptible y convertido en Estado, inapelable amo del universo en cualquier sociedad policial que se precie de tal.
En la Edad de la Pereza, obedecer con un móvil en una mano y el mando de la televisión en la otra es más conveniente que confrontar con argumentos y propuestas racionales. La industria de la noticia, en tanto, se ha consagrado, definitiva y desembozadamente, como la principal línea de montaje de operaciones de propaganda
En un régimen el delito sustituye a la política. ¿Qué es un régimen? Es el modo en que se expresan vastas mayorías con vocación de rehén. A diferencia de cómo debería funcionar un auténtico sistema democrático, un régimen es sostenido por propietarios devenidos en sirvientes y manejado por sirvientes ungidos capataces por los propios dueños. ¿Hay acaso actitud más servil que aceptar a pies juntillas las reglas de juego de una realidad inexistente creada por contratos sociales imaginarios? En la Edad de la Pereza, obedecer con un móvil en una mano y el mando de la televisión en la otra es más conveniente que confrontar con argumentos y propuestas racionales. La industria de la noticia, en tanto, se ha consagrado, definitiva y desembozadamente, como la principal línea de montaje de operaciones de propaganda. El sector, alguna vez dedicado al ejercicio del periodismo, funciona como un cerebro anormal implantado en el cráneo de la criatura de Victor Frankenstein. Regularmente, las voces discordantes son eliminadas y los hallados culpables, en muchos casos colaboradores de larga data, caen en desgracia y desaparecen como suprimidos por el fotógrafo de Stalin.
De Caín a Landrú
Enzensberger observa que tan pronto como la criminalidad se establece se convierte en un Estado dentro del Estado. La configuración de las comunidades de delincuentes reproducen las formas de gobierno de las cuales son rivales. Las bandas de salteadores de la Edad Media imitaban el orden feudal y una especie de relación de vasallaje subsiste hasta los tiempos actuales. También las estructuras capitalistas tienen su equivalente criminal. Los gángsters americanos copiaron el modelo de las grandes corporaciones, con recaudadores de impuestos, prestaciones sociales y asesoría legal para sus afiliados. Podría decirse que las organizaciones criminales son una parodia de la dimensión política y viceversa, afirma y cita lo escrito por Sigmund Freud en Consideraciones de Actualidad sobre la Guerra y la Muerte, refiriéndose a la primera guerra mundial: “El súbdito aislado puede comprobar con espanto en esta guerra lo que se le quiso inculcar en tiempos de paz: el Estado prohíbe al individuo hacer uso de la injusticia no porque quiera abolirla sino porque aspira a monopolizarla, como la sal y el tabaco”. Para el individuo el acatamiento de las normas morales y el desistir de actuar con brutalidad son, por regla general, propuestas muy desventajosas. Todos los crímenes pasionales individuales desde Caín hasta Landrú no compensan las injusticias ocasionadas por las guerras de sucesión europeas del siglo XVIII o los episodios de soberanía colonial de un solo decenio, señala.
Poeta, ensayista, hispanista -condecorado en 2009 con la Orden de las Artes y las Letras de España- traductor y fuente de inspiración de los movimientos de oposición extraparlamentaria, Enzensberger nació y murió en Baviera, cuna y tumba del nacional socialismo. En 1941, forzado por ley, o por la estupidez, o por ambas obligaciones al mismo tiempo, se alistó en las juventudes hitlerianas, institución de la cual fue rápidamente expulsado por su vocación marxista, por no estar dispuesto a ser miembro de un club que lo aceptaba como socio.
Nueve industriosos ensayos dan forma y color al volumen. Nueve notas de llamativo brillo, precisión y cadencia ensamblan un afinado concierto. La obra es tributaria confesa de Masse und Macht (Elias Canetti, 1960), imponente fenomenología del hábito, hálito, halitosis del poder. Política y Delito recuerda una línea que Nietzsche pudo haber pronunciado: “El ciudadano noble es misárquico o no es noble, ni ciudadano.”