Las expectativas gigantes suelen ser malas aliadas. Ahí está la ventaja de Babylon Show de Carlos Latre. Todas las miradas llevan desde hace meses enfocadas hacia el duelo entre David Broncano y Pablo Motos. De hecho, pocos confiaban en Latre al filo de las diez de la noche. Con este panorama, el imitador sólo puede sorprender.
Y los dos primeros Babylon Show dejan claro que es un programa elaborado por gente que sabe mucho de tele. Muy bien realizado por Borja Almudéver, bien ambientado sonoramente y con un Latre que quiere crear un universo propio. Al igual que hizo Crónicas Marcianas intentando relativizar la Tierra mirándola desde la lejanía de una nave en el espacio exterior. O El Hormiguero, representándose en sus inicios a través de esas milimétricas hormiguitas que están debajo tierra y siguen haciendo su vida sin contaminarse del ruido exterior. Cómo hemos cambiado…
En este sentido, Babylon es un lugar abierto en el que sobrevive el espíritu alegre de Babilonia. Con personajes que entran y salen sin necesidad de avisar. O sin ser presentados. Muy teatral, muy Chicho Ibáñez Serrador que, incluso, aparece en la cabecera de presentación del show.
Ahora el problema es que esa coralidad esté representada por personajes que hablen el idioma de la diversidad de hoy. Por ejemplo, el reportero histriónico chirría porque recuerda a ese país que señalaba al diferente. Se reía ‘de’ y no ‘con’. Ahí ya no estamos, ya no estamos en 2001 donde nos bufábamos del distinto. El gag de mofarse de alguien por cómo se expresa caduca al instante en la televisión generalista si esa persona no aporta una trama con mayor profundidad. Se puede ir más allá, también desde la frivolidad. No basta con exagerar la voz. Lo mismo pasa con las imitaciones de acentos, plumas y otras circunstancias físicas que delatan más nuestros prejuicios que otra cosa. Las sensibilidades están en otro punto. Las risas evolucionan con la sociedad y sus aprendizajes.
Pero Babylon Show parece tener claro lo que quiere ser y lo que no, detalle fundamental para avanzar en un prime time. Y pinta que se van a permitir salirse del renglón de la tele de los cebos que venden ruido, del ritmo confundido con presión y del decorado de clónico suelo negro brillante que repiten los programas nocturnos. En las dos primeras emisiones, ya ha existido mucho y colorista atrezo. Falta no quedarse en la conversación de ascensor y lograr charlas que nos hagan descubrir más de los invitados de cada noche sin ser engullidos entre tanto cambio de set, tanto cachivache y tanta imitación que, cuidado, puede saturar. Sobre todo si los participantes se pasan medio programa de pie, como perdidos esperando el bus en una rambla. Y, encima, las parodias que irrumpen son de guion a medio gas que no va hacia ningún sitio. En El Hormiguero, en el late de Jimmy Fallon o en el desaparecido show de Ellen DeGeneres cada aparición de un colaborador atesora un colofón super definido. Aquí no. Tampoco ayuda tirar demasiado de vídeos virales. Un programa de estas características debe crear momentos que apetece compartir en redes. Y no al revés. Aunque, claro, para eso los gags deben de tener ese remate chispeante. Las rápidas salidas de tono de Carla Pulpón ayudan en este cometido.
Pablo Motos en Antena 3 y David Broncano en La 1 de TVE pelearán en su liga de estrellas, pero Carlos Latre hasta presentando un gran programa de Telecinco sigue disfrutando la oportunidad del que se ve como secundario. Broncano lo fue, Motos también. Secundarios, aquellos que algunos creen que no son lo suficiente para un papel protagonista cuando, en realidad, son los que aúpan la vida diaria de cada uno de nosotros. Incluso de los que se sienten cabezas de cartel. Todos somos secundarios.