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Al menos dos veces al año me desplazo entre Cali y Bogotá por carretera. Me encanta viajar en carro, disfrutar de nuestros paisajes, comerme una gelatina en Andalucía, un chorizo en La Tebaida, un quesillo en Gualanday y una lechona en El Espinal.
Y más ahora cuando la carretera que une a las dos ciudades está magnífica en un 90 % de su trayecto. Atravesar el túnel de la Línea, el más largo de Sudamérica, es una experiencia que todo colombiano debería tener.
Los lunares son el tramo Cajamarca Ibagué y Silvania Bogotá. Aunque este último está en proceso de ampliación y cuando lo terminen va a quedar a la altura de cualquier carretera europea.
Siempre que voy a la capital en mi pichirilo hago una inmersión en el sector del Siete de Agosto, donde está el mejor ‘cluster’, como dicen ahora, de repuestos y de mecánica del país. Lo que no se consigue ahí no existe.
En una reciente visita a Bogotá, me desplacé al Siete de Agosto a ponerle unas exploradoras a mi carrito. Estaban en esas cuando de pronto pasó por el frente del taller un ruidoso desfile ciclístico.
Pensé que era un “fuera Petro” o una protesta por la intromisión recurrente del presidente en los asuntos de Bogotá. Pero no. Atérrense, era una manifestación contra el piropo.
Portaban los ciclistas carteles en los que pedían acabar con lo que la Real Academia de la Lengua describe como “dicho breve con el que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de una mujer”.
Yo, que he sido un admirador de la belleza femenina, admito que he sido un piropero toda la vida.
Pero eso que durante siglos fue visto como un detalle bonito y que la mayoría de las mujeres recibían con agrado, ahora se volvió casi que un delito. Dentro de poco lo incluyen en el código penal.
Que en Inglaterra pretendan criminalizar el piropo se entiende. Si los flemáticos británicos no soportan que les den un abrazo, difícilmente van a tolerar un piropo. Pero los colombianos, latinos al fin y al cabo, somos cálidos, coquetos y cercanos por naturaleza. Prohibir el piropo es quitarnos parte de nuestra esencia.
Las que han satanizado el piropo son un puñado de mujeres, la mayoría de las cuales nunca han sido objeto de ninguna piropeada y que confunden ese “dicho breve con el que se pondera una cualidad de alguien” con un comentario grosero o de mal gusto.
Contra esos comentarios obscenos o de doble sentido es que hay que hacer una cruzada.
Les doy toda la razón a las mujeres si se incomodan cuando un desconocido las agreden diciéndoles vulgaridad. Eso se puede llegar a clasificar hasta de acoso sexual. Pero un piropo es inofensivo, es poético, es de buen gusto.
Yo estaba convencido de que la satanización del piropo era asunto de unas feministas radicales. Error. Esa es una tendencia que ha ido ganando terreno, sobre todo entre las mujeres jóvenes.
Hace un par de años surgió una discusión en la redacción de ¡¡ al respecto, a raíz de una noticia que llegó de Europa y que daba cuenta que un señor se había metido en un lío de la madona por cometer el crimen de lanzarle el piropo a una dama.
En el consejo de redacción yo hice una vehemente defensa del piropo e hice énfasis que este no se podía confundir con una vulgaridad o con un comentario ofensivo.
Para mi sorpresa, las reporteras más jóvenes me cayeron a la yugular. No se me olvidará el argumento de una de ellas: “yo no acepto que un desconocido me diga cualquier cosa”
Como han cambiado los tiempos. Hasta hace no muchos años a las mujeres les encantaba que les lanzaran piropos. Me atrevo a afirmar que muchas relaciones sólidas y duraderas nacieron de un ingenioso piropo.
Incluso yo tenía una compañera de trabajo que cuando estaba con la nota baja, se ponía sus mejores bluyines y se pasaba por el frente de una construcción para que los obreros le dijeran algo. “Eso es más efectivo para levantar la autoestima que cualquier terapia”, decía la colega.
Por mi parte, no pienso abandonar la costumbre de ponderar la belleza femenina cuando me cruce con alguien que sea merecedora de ese elogio. ¡¡Así me metan preso!!
Y para concluir esta defensa desesperada, me permito transcribir algunos piropos que cualquier mujer sensata recibiría de buen gusto:
“Desearía que salieras de mis sueños porque te quiero en mi realidad”; “Con tus ojos mirándome, no necesito la luz del sol”: “Eres la melodía que alegra mi guitarra”; “algo debe estar pasando en el cielo porque están cayendo angelitos a la tierra”. “Amor si amarte fuera un trabajo no existiría el desempleo”.
Conclusión: un buen piropo no debe hacer alusión directa a ninguna parte del cuerpo de la mujer, debe tener un poquito de picante y una buena dosis de cursilería.
Del mismo autor: El “golpe blando” de la izquierda contra el alcalde de Cali Alejandro Eder
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