Uno de las consignas que más circuló durante el ‘procés’ fue la que rezaba: «Ni un papel al suelo». Pero el lema, que pretendía ilustrar el carácter supuestamente pacífico del movimiento, pronto se reveló falso, como evidenció el asedio a la Consejería de Economía en 2017 o, sobre todo, las protestas de Tsunami Democràtic un par de años más tarde. Ello sin contar los ataques a las sedes de los partidos constitucionalistas, que ya tenían lugar antes del proceso separatista pero que se intensificaron desde entonces. Este acoso excluía a las formaciones separatistas -salvo algún incidente aislado-. Sin embargo, los violentos parecen haber levantado dicho veto en los últimos meses.Este domingo, sin ir más lejos, la sede de Aliança Catalana fue atacada coincidiendo con una manifestación de la izquierda radical en Ripoll contra su partido. Los cristales de la formación ultra aparecieron resquebrajados por los impactos de distintas piedras, así como con pegatinas de retórica extremista. Unos hechos en consonancia con la beligerancia de los carteles que animaban a acudir a la marcha, en los que se podía leer: «Defendamos La Mecha [un casal nacionalista], quemadlos a todos». Y, a finales del mes pasado, otros radicales reventaron una conferencia de Aliança en Vilafranca del Penedès, empujando a sus miembros y rompiendo varios móviles.Podría entenderse que Aliança Catalana es blanco de estas agresiones en tanto que formación de extrema derecha y no por su carácter secesionista. No obstante, los recientes ataques a las oficinas de otros partidos nacionalistas como ERC y Junts indica que el hecho de serlo ya no resulta un eximente. A Esquerra, los radicales le reprochan su entente con el PSC, motivo por el que los CDR bloquearon la entrada de su cuartel general en Barcelona el pasado julio. La misma razón por la que las juventudes de la CUP cubrieron con carteles el local de sus homólogos de Esquerra un mes más tarde. «Pactar con el PSC es una traición al país», sintetizaron los autores del primer ataque.Mientras, en el caso de los neoconvergentes, la animadversión de los radicales se debe a su respaldo a Israel tras los ataques del 7 de octubre del año pasado. Y es que, solo unos días más tarde, la oficina central de Junts en la capital catalana amaneció con grafitis a favor de Palestina, tanto en su persiana como en su fachada. En ellos, podía leerse: «¡Viva Palestina! Junts es cómplice del genocidio del pueblo palestino». Un hostigamiento que se ha extendido, aunque de forma puntual, a periodistas del entorno de Puigdemont como Pilar Rahola. La contertulia, cuyas simpatías proisraelíes son conocidas, participaba este mes en una conferencia en La Garriga (Barcelona) cuando unos agitadores le arrojaron pintura roja, manchándole visiblemente el rostro y el cuerpo. La acción fue reivindicada por la OJD, una escisión de las juventudes de la CUP.Este clima de hostilidad entre separatistas marcó también la celebración de la pasada Diada, siendo lo más destacado de la jornada junto a su escasa asistencia. No en vano, se desencadenó una batalla campal entre las juventudes de la CUP y los ultras de Aliança Catalana en la que tuvo que intervenir los Mossos d’Esquadra. Además, Esquerra Republicana sufrió distintos escraches, siendo el más violento el vivido por la concejal Eva Baró, que debió abandonar el escenario en el que se encontraba después de que un bote de humo impactase a su lado y originase un pequeño incendio.En cualquier caso, el último estudio realizado por el Observatorio Cívico de Violencia Política en Cataluña, difundido el año pasado, reflejó que estos incidentes han descendido desde la etapa más álgida del ‘procés’. Pero advertía de una cifra que el secesionismo y sus medios afines suelen obviar: la practica totalidad de los actos violentos -esto es, un 98%- han sido perpetrados por personas o grupos de corte secesionista.
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